"Hay en el Océano islas, asentadas sobre una inmensa vegetación de madréporas, que hunden sus raíces en lo profundo de los abismos invisibles. Una tormenta puede devastar la isla, hasta hacerla desaparecer, pero volverá a surgir gracias a sus basamentos."
Miguel de Unamuno / La Crisis del Patriotismo.
cero
Estoy sentado en un banco del parque, tratando de recordar algo, cuando una mujer de largo pelo cano y conciencia embrutecida se acerca y dice:
—Él dijo que iba a comprar lechuga, pero nunca volvió. No pudo. Lo encontraron dos semanas después embutido ahí dentro, en ese mismo buzón... Estaba atado de pies y manos, con quemaduras en la planta del pie que no le cortaron y el rostro machacado con un martillo. La noche antes de que desapareciera, le pregunté: “¿De dónde has sacado todo ese dinero, Markial? ¿No será dinero sucio?”. Pero él no dijo nada, no quiso o no supo. Y me fui a dormir, porque tenía jaqueca y mareos. No volví a verle. Bueno, sí, cuando tuve que reconocerle en la morgue; no sabes tú qué pestazo a muerto y a desinfectante. ¿Tienes un cigarro, chaval?
—Sí, señora.
—Pues tíralo. El tabaco acabará matándote.
El hombre con los pantalones hechos jirones (y razón aparentemente ausente) aparece, como siempre hace, de repente, me da una bolsa de basura con algo caliente dentro y dice:
—Dile a tu hermano que Alguien le busca.
Me pregunto qué habrá dentro de la bolsa, pero resisto el impulso de echar un vistazo fugaz.
El sol brilla, los pájaros pían, mi hermano está muerto.
El hombre sin cuello de la camisa (ni un mísero centímetro de piel visible sin mugre) me dice que le guarde la bolsa y rece por él. Lo de la bolsa, pase, pero en lo referente a rezar...
—Mantente en tus trece cuando Ellos te encuentren, y si te ofrecen la "O", la "I" y la "M", diles que donde nada hay ya nada crece. —Dice.
En la bolsa que sujeto sin ganas algo se mueve. Mi hermano cayó misteriosamente desde la ventana de su habitación el día que se hizo pública la desaparición de Zenón Kaos. Menudo imbécil. Mi hermano, no el caótico ex-punk.
Siento un ligero cosquilleo en la nuca.
El hombre con pulgas en su larguísima barba rala me mira, y en lo que dura un segundo, mira al taxi que pasa de largo, rozándole; mira un árbol mal plantado a lo lejos, sin ramas; mira la hilera de ventanas sin marco del abandonado edificio que queda a mi espalda. Cierra los ojos, canturrea. De repente dice que tiene que irse, pero antes de hacerlo, añade:
—Urgh, urgh.
Y se va como vino, corriendo, en busca de algo o huyendo de nada.
En la bolsa, algo maúlla.
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Hala, despáchate a gusto. Pero ya sabes, pórtate bien o te despacho yo a ti, que para eso soy un mapache rabioso.