Un mapache indignado: descripción gráfica. |
Barcelona está que se sale: visitas Papales, Balones de Oro, Montilla cavando su propia tumba política... y artistas del otro lado del charco que vencen su miedo a volar para visitarnos por primera vez. Estamos hablando, cómo no, de Mr. Joey Crack.
La Doctora suiza Elisabeth Kübler-Ross pasó parte importante de su vida profesional trabajando con pacientes que sufrían enfermedades terminales, y fue en su libro «Sobre la Muerte y los Moribundos» (Ed. Grijalbo, 1993) donde formuló las distintas fases por las que pasan los enfermos antes de cruzar el último umbral, a saber: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Con el tiempo, dicho modelo de conducta se ha revelado extremadamente útil en su aplicación para situaciones tales como adicciones, rupturas sentimentales o, en el caso que nos ocupa, imponer cierto orden al batiburrillo mental en el que me vi sumido durante el show (case) de Fat Joe en la Sala Broadbar.
La primera fase (negación) me asaltó al entrar en el local poco antes de las 20.00 h. Pese a que no parecía el lugar idóneo para un directo de estas características, las ganas de ver a Don Cartagena me podían. Iba a ser una buena actuación. Tenía que ser una buena actuación. Eso sí, este buen rollito mental duraría hasta las 21.30, momento en el cual la organización me comunicó que poseían los derechos de imagen del artista en exclusiva, así que tras la «amable» indicación de que ni se me ocurriera sacar las cámaras durante el show so pena de no volver a verlas, decidí dejarlas en guardarropía. Ira, amigos míos. Ira.
¿Qué pasa preeeemoooooh? |
Llegados a este punto, me quedaba el consuelo de saber que, tras el concierto, dispondría de 15 minutos para entrevistar a Fat Joe y hacerle alguna que otra foto. Aún no estaba todo perdido, pero claro, ahora me doy cuenta de que me hallaba bajo el amargo influjo de la tercera fase, la negociación.
Hacia las 23.45 (sí, habéis leido bien, tres horas y cuarenta y cinco minutos de retraso), el neoyorkino y su corte se posicionaron en el escenario. ¿Y qué ofrecieron? Podéis imaginarlo: 45 minutos con un sonido pésimo, canciones cortadas tras dos compases, uso y abuso del playtrack (oséase: la pista vocal está incluída en los beats que lanza el DJ)... Ni siquiera el homenaje al malogrado Big L o la presencia en el mic de Tony Touch pudieron paliar el estropicio sonoro-visual. Para más inri, quedó claro tras la actuación que de entrevista nasti de plasti. En otras palabras: depresión.
¿Y cómo llegué a la aceptación? Pues para ser absolutamente sincero, aún estoy en ello. Jamás he prestado oídos a aquellos profetas que certificaban la defunción de esta cultura nuestra. Por suerte, estoy rodeado de gente que aún cree en el Hip Hop y lucha por él. Artistas que, pese a no tener la capacidad de convocatoria de Fat Joe, saben lo que es sudar el escenario y lo dan todo en cuanto tienen ocasión. Y esa lucha, ese compromiso, son contagiosos. Doy fé.
O quizá (sólo quizá) sea cierto que el Hip Hop ha muerto y yo me encuentro, de nuevo y sin apenas ser consciente de ello, negando semejante posibilidad.
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Hala, despáchate a gusto. Pero ya sabes, pórtate bien o te despacho yo a ti, que para eso soy un mapache rabioso.