viernes, 17 de junio de 2011

Y no amanece. (un cuento corto)

Despiertas en el suelo. Es el vestíbulo de una escuela vacía, al anochecer. Estás confuso, abstraído en la contemplación de la pared oscura que tienes enfrente. Una mujer está tendida junto a ti, con la cabeza apoyada en tu hombro. Se despereza, bosteza, te ve y sonríe. Te besa. Respondes a su beso. La confusión cede y saboreas su aliento de sabor amargo. Ella se levanta y enfila camino hacia las escaleras con sonrisa juguetona en su rostro. Te incita a seguirla, cosa que haces. Ignoras completamente el hecho de que, mientras subes los escalones, se abre la puerta del despacho que hay en el vestíbulo, alejado sólo unos metros de donde estábais tendidos. No estáis solos.

   En la planta de arriba recorréis los pasillos. Os besáis, abrazáis, rozáis, avanzáis poco a poco mientras tanteáis las puertas que encontráis a vuestro paso. Todas están cerradas. Todas excepto la última. Entráis en el aula al mismo tiempo que unos pies que no son los vuestros suben las escaleras.



    "¿A ti las tardes de viernes en el cole también se te hacían eternas?”, dice ella, sentada grácilmente sobre la mesa del profesor, y enlaza las piernas alrededor de tu espalda al mismo tiempo que los relámpagos y la lluvia hacen acto de presencia en el exterior. Te detienes al escuchar un ruido detrás de ti. Alguien te golpea en la cabeza con la culata de una pistola y te hace caer al suelo. Se te nubla la vista, los oídos tardan en transmitirte el sonido de lo que está pasando, y cuando lo hacen todo suena desde la lejanía, como si estuvieras bajo el agua.

    En el fondo comprendes, pero no del todo. Ves (o mejor, intuyes) cómo varias figuras
fantasmales rodean a tu chica, cómo la levantan y la tienden sobre la mesa del profesor. Tú tratas de levantarte, pero una patada en la cara te impulsa hacia atrás, dejándote tendido de espaldas sobre el frío suelo. Sólo oyes (o mejor, intuyes) las negativas de ella, sus gritos. Tú retrocedes como puedes, y al hacerlo te ves desde fuera, mirando asustado lo que sucede. Tú retrocedes como puedes, arrastrándote por el suelo con la mirada perdida. Tú retrocedes como puedes mientras los gritos aumentan aunque cada vez se diluyan más. Tú te encoges sobre ti mismo sin verla a ella, (recuerda, sigues) viéndote a ti tratando de buscar protección ahí donde las paredes del aula confluyen, en un rincón. Tú te ves desde fuera tratando de desaparecer pero sin conseguirlo. Tú te ves desde fuera escondiendo la cabeza entre las rodillas. Y ella grita más y más. Tú te ves desde fuera, pasándote las temblorosas manos por el rostro, impregnándolas de un líquido oscuro y rojizo. Tú te ves desde fuera, balbuceando y frotándote compulsivamente las manos para tratar de borrar la sangre pero consiguiendo únicamente que ésta las cubra completamente. Tú te ves desde fuera. Tiemblas. Alzas poco a poco la cabeza y tratas de concentrarte en la tormenta que ves a través de la ventana. Tú te ves desde fuera, te ves desde fuera, quizá porque el miedo te está borrando por dentro. Tú te ves desde fuera mirando hacia la ventana y pasándote las manos por el rostro, extendiendo la sangre que mana de tu nariz, de tu frente. Tú te ves desde fuera. Tú te ves desde fuera.

    Es entonces cuando escondes de nuevo la cabeza entre las rodillas. No ves nada, pero ella sigue gritando, ella sigue gritando, aunque cada vez menos, aunque cada vez menos, aunque cada vez menos...

    Sigues sin ver nada cuando oyes unos pasos que se acercan hasta tu posición. Lentos, firmes, precisos. Sigues sin ver nada cuando los pasos se detienen ante ti. Sigues sin querer ver nada cuando alguien se inclina para acercarse a tu oído y dice:

    -Cobarde.

    Sigues sin ver nada cuando oyes los pasos retroceder hacia la puerta. Sigues sin ver nada cuando oyes cómo los pasos se alejan cada vez más (la bruma auditiva parece estar desapareciendo). Sigues sin ver nada. Ahora escuchas, pero sólo hay silencio. Sigues sin ver nada. Bueno, silencio y su respiración. Sigues sin ver nada. Bueno, silencio y su respiración pesada, lenta, trabajosa. Y de nuevo:

    -Cobarde.

    ¿Cuánto rato más permaneces así? ¿Serías capaz de decirlo? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que has despertado en ese vestíbulo mirando la pared que tenías enfrente? ¿Podrías precisarlo? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que has decidido levantarte y quedarte de pie, temblando, junto a la mesa del profesor aunque no sepas cómo has llegado hasta ahí?

    Tú te ves desde fuera, de pie, junto a la mesa, mirando la pizarra donde alguien ha escrito con tiza en letras enormes:

    “Cobarde.”

    Tú te ves desde fuera girándote y acercándote a la esquina donde el tú que observa sigue acurrucado. Tú te ves desde fuera mientras el tú que está de pie se acerca al tú que sigue acurrucado con la cabeza entre las rodillas.

    Tú te ves desde fuera mientras los pasos lentos, precisos, firmes del tú que está de pie llega hasta situarse enfrente de ti, del tú que sigue acurrucado con la cabeza entre las rodillas.

    Tú te ves desde fuera mientras el tú que hay frente a ti se agacha y te dice al oído:

    -Cobarde.

    Tú te ves desde fuera mientras el tú que está frente a ti vuelve a levantarse, se gira y deshace camino hasta llegar a la mesa.

    El tú que está acurrucado en la esquina saca la cabeza de entre las rodillas y observa cómo el tú que está de pie junto a la mesa llora, borra la pizarra y se dirige, con paso lento, a la puerta. Sale. Tras unos segundos, oyes un tip-tap, tip-tap. Está bajando las escaleras.

    El tú que está acurrucado en la esquina se levanta, avanza unos pasos, tembloroso, llorando. Se detiene. Se gira y dice al tú que está acurrucado en la esquina mirando por la ventana, al exterior, a la tormenta:

    -Cobarde.

    El tú que está de pie mirando al tú que mira por la ventana vuelve a girarse y deshace camino. Ese es el tú que coge a tu chica en brazos y camina hasta desaparecer por la puerta.

    Tú miras por la ventana. Poco a poco deja de llover. Poco a poco. Poco a poco. Tú ni siquiera parpadeas. Poco a poco. Poco a poco te levantas, te acercas a la pizarra. Te detienes y, poco a poco, poco a poco, escribes con tiza en letras enormes:

    “Cobarde”.

    Estás bajando los últimos escalones con la chica en brazos. Te detienes en el recibidor. Avanzas unos pasos, te agachas y dejas el cuerpo en el suelo, junto a otro tú que está estirado en el punto exacto donde os habéis despertado (¿segundos? ¿minutos? ¿horas?) antes.

    Estás tendido en el suelo, con la chica abrazada a ti. Estás confuso. Tanto que ni siquiera ves a los otros dos tús que, fantasmales, bajan las escaleras y se quedan de pie, uno a cada lado del tú que ya estaba ahí. Os rodean a la chica y a ti, sin hacer nada. Sólo están ahí, de pie. Estás confuso, tanto que no ves las piernas que te rodean.

    Estás confuso mirando la pared de enfrente. Tanto que ni siquiera dudas cuando sacas la pistola del bolsillo trasero del pantalón.

    Estás confuso, tanto que ni siquiera dudas cuando colocas el cañón de la pistola en tu boca.

    Estás confuso, sí, lo estás.

    Pero no lo suficiente como para no saber cómo apretar un gatillo.


Tras el disparo, uno de los tús que está de pie se gira y empieza a caminar por el pasillo. Tras unos instantes, el segundo tú que está de pie sigue el mismo camino. Esos dos tús se detienen frente a la puerta del despacho.

    El tú que queda de pie frente a vosotros dos se agacha, recoge la pistola del suelo y la guarda en el bolsillo trasero del pantalón.

    El tú que queda de pie frente a vosotros dos se gira, pasa las manos por el rostro lleno de sangre y, utilizando esta como pintura, escribe en la pared de enfrente:

    “Cobarde”.

    Ese tú empieza a caminar por el pasillo hasta llegar frente a la puerta del despacho. La abre.

    Los otros dos tús entran en el despacho. Cuando estos están dentro, el último tú (el que tiene la pistola) entra en el despacho y cierra la puerta poco a poco.

    Tan poco a poco y tan silenciosamente que, cuando apenas queda una rendija, te ve despertar en el suelo, en el vestíbulo de una escuela vacía. Al anochecer.


5 comentarios:

  1. Si me lo permites, este post se merece este vídeo:
    http://www.youtube.com/watch?v=3hw1pPosAsE

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  2. ¡Argh, se me han adelantado!

    Bien, Héctor, bien...
    pero estáte quietecito con la pistola, anda.

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  3. Ya tardaba la secta de APM en aparecer por aquí...

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  4. No puedo más que pensar en el Fight Club al leer esto.

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  5. @ixilik

    No va por ahí la cosa. Tras la última frase, vuelve a leer el principio. ;)

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Hala, despáchate a gusto. Pero ya sabes, pórtate bien o te despacho yo a ti, que para eso soy un mapache rabioso.