Trataba de hallar la triangulación perfecta de un círculo cuando se acercó por detrás, plantó su boquita en mi oído y dijo:
-Sé que algo tramas.
Me gusta cuando algo es tan inesperado que prácticamente lo ves venir. Un minuto antes. Una hora. Un año. Una vida.
Lo que dura un anuncio de televisión local, sólo eso, no más... en ese tiempo puedes perderlo todo.
-Sé que algo tramas. Dímelo.
Doy un trago a la cerveza y pienso en negocios, pero no en negocios cualesquiera, nanay, ni hablar de eso.
Sé que a ella le gustan los boleros porque con ellos sonando de fondo perdió la virginidad. Ella no sabe que yo los odio porque no la perdió conmigo.
En el fondo me importa una mierda todo lo que no me importa un carajo. Es lo demás, todo lo demás, lo que me conmueve hasta el llanto. Un llanto leve, liviano (no profundo) que linda con la carcajada somera.
Lo que vendría siendo un polvo de verano una tarde tras cerveza fresquita.
-Sé que algo tramas. Dímelo. Lo sé por lo inquietos que se ven tus ojos bajo tus párpados mientras duermes.
Ojalá los amigos fueran como las canciones que te acompañan durante toda la vida (en el S.XXI, ahora, en este momento, cierro los ojos y lo veo tan claro que asusta: EL NEGOCIO PERFECTO. Llamadme Visionario, The Savior, El Leonardo da Vinci en versión Michael Bay; ni siquiera Rutger Hauer en-versión-replicante lo tenía tan claro, tampoco M. Bellucci cuando decició recorrer ese micro-túnel nocturno a las órdenes de Noé. Podéis tirarme cacahuetes, pero eso no saciará mi hambre).
-Sé que algo tramas. Dímelo o no lo hagas, pero lámeme. Y no me hables.
El sabor de su coño al meterle toda la lengua es color plata, y a medida que se pone más y más cachonda deriva al platino.