Fistro Bardéh (Saint Boy, 14 de enero de 1982) estrecha mi mano en su guante y muestra todos sus dientes blancos a modo de bienvenida. Por un momento me inquieta profundamente ver un montón de incisivos, caninos, molares y premolares ahí, tirados y dispersos sobre la superficie de una mesa de cristal de 7.000 euros situada justo en el centro de su impresionante duplex barcelonés, pero me tranquilizo cuando el portero me invita a tomar asiento en un fabuloso chaise longue, momento que aprovecho para encender la grabadora que coloco, tumbada, junto a un colmillo.
El precio de la mesa lo sé porque todavía tiene la etiqueta colgando. El colmillo aún conserva un ligero rastro de sangre seca. El porqué Fistro Bardéh lleva siempre puestos los guantes con los que ejerce su oficio sigue siendo un misterio.
Muchas gracias por recibirme, Fistro. Sé que eres un hombre ocupado...
Sí, sí, soy un hombre ocupadísimo. Yo soy un loco de esto, ¿sabes? Cuando no entreno o juego estoy todo el día viendo vídeos. Para aprender. Para perfeccionarme. Porque es necesario. Porque hay que hacerlo si quieres ser un profesional. Y yo soy un profesional que está ahí venga a ver vídeos, venga a ver vídeos. Tengo el torrent funcionando día y noche y montones de discos duros repletos de teras y teras de vídeos y más vídeos. Ya no sé qué hacer con ellos. Vídeos y vídeos y más vídeos. A veces me da por tirar alguno por la ventana. Un disco duro, digo. Pero no dejándolo caer, no, con mala hostia. Y si le da a alguien pues le indemnizo o le doy unas entradas para algún partido del Juvenil C. Eso demuestra que el ser humano no es rencoroso y es feliz con poco, especialmente esos muertos de hambre a los que dejo tuertos de vez en cuando. (...) Me gusta hacer el bien. Va con mi personalidad. Pero lo de los vídeos no es tan bonito como parece. A veces se me baja un fake y en lugar de, yoquesé, una compilación de René Higuita, va y me sale una película de arte y ensayo. Y entonces lloro. Mucho. Porque hay que ser retorcido para hacer algo así. En el mundo hay demasiada gente malvada, por eso levanté la Fundación Fistro Bardéh, para luchar contra las injusticias. Y para evadir impuestos, claro, pero eso es secundario.
Tú llegaste muy joven a este equipo. Los inicios debieron de ser duros.
Sí, sí, durísimos, durísimos. Lo pasé fatal porque yo era muy joven, tenía 28 años. De hecho, fue hace seis meses. A esa edad todo te afecta mucho. Pero me acogieron muy bien. Remodelaron toda una parte de La Messiah (la casa donde se forman los jugadores del club menores de edad que no viven en las inmediaciones de la ciudad) para que se pareciera a una pescadería como la de mis padres, aunque mis padres cambiaban el pescado más a menudo. No veas tú qué pestazo a pescado podrido, era casi insoportable... Pero con el tiempo uno se da cuenta de que todo son tácticas de aprendizaje para inculcarte los valores del club.
¿Y cuáles son esos valores?
Formar jugadores que algún día no muy lejano tengan valor económico para el club. Aunque eso no es lo único, claro. También nos enseñan a ser modestos, a no mirar a nadie por encima del hombro y otras mierdas por el estilo.
De ti se dice que tienes mucha vida interior.
Muchísima. Es cierto. Todo el mundo lo sabe.
¿Y a qué crees que es debido?
A que Gerrard Piqueras me vio un día con unas zapatillas rojas de ballet en el hotel durante una concentración. Todavía se está riendo, el hijoputa. Eso sí, son comodísimas. Igual un día de estos les pongo tacos y salgo a jugar con ellas.
Tú eres una persona muy religiosa.
Absolutamente, aunque yo lo llamaría “espiritualidad”. No creo en las religiones.
Pues cada vez que tu equipo marca un gol te santiguas y señalas al cielo.
Cuando me santiguo es para pedir a Dios que los cerdos pecadores como tú también tengan cabida en Su Reino, pero apartados, en una especie de extrarradio celestial desde el que no molestéis mucho con vuestras blasfemias. Y cuando señalo al cielo es para recordar a mi abuela, que sé que me está observando desde las alturas...
¿Crees en la vida más allá de la muerte?
No, creo en el hecho de que mi abuela se ahorcó del marcador electrónico del Camp9 el día que me rapé la cabeza por primera vez, y cuando levanto las manos al cielo es para señalarla y recordarle que estoy más guapo rapado que con la puta raya al medio que llevaba antes.
Jajajaja, muy gracioso, no conocía yo esta faceta tuya...
¿Gracioso? ¿Qué quieres decir?
Lo que acabas de decir de tu abuela. Me ha parecido muy gracioso.
…
Ya sabes, lo de que esté... lo de que esté colgada en el campo.
…
Tu abuela no está colgada en el campo.
…
Espera un momento, ¿tu abuela está...? No me lo creo. TU ABUELA NO PUEDE ESTAR COLGADA EN EL CAMPO.
Mira, tengo una foto en el móvil y todo. A ver si nos fijamos más, ¿eh?
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Hala, despáchate a gusto. Pero ya sabes, pórtate bien o te despacho yo a ti, que para eso soy un mapache rabioso.